Agencias
En su larga y gloriosa historia, el Dakar no había visto nunca nada parecido: cuatro hermanas y cuatro hermanos, los García Merino, repartidos en otros tantos equipos, reunidos de dos en dos en sendos autos Toyota HDJ80 en la salida de la edición 2022 del famoso rally.
Su madre cuenta a quien quiera escuchar que sus hijos “saben todo sobre el mundo”. Son ocho extraterrestres separados por quince años, que te reciben agrupados y sentados en una alfombra oriental, en el campamento de Riad, tras la quinta etapa, como si hubieran vivido siempre ahí, como si lo desconocido formara parte de la familia García Merino.
Esta familia española, inscrita en la categoría Classic, reservada a los 4×4 de los años 80 y 90, tiene la aventura en la piel y una decena de Dakar en su cuenta, en motos, en autos, en carrera, en la asistencia o el paddock, pero nunca antes todos juntos.
La semilla fue sembrada por Julio, el pequeño, de 41 años, que trabajó en el rally-raid como mecánico de moto por primera vez en 2014, en Sudamérica.
Ese año, en verano, uno de sus hermanos mayores, Julián, bombero en Madrid, rompió su hucha e inscribió el día que se cerraba el plazo a todos los hermanos en el rally Intercontinental, un rally-raid,… sin prevenirlos.
Sorprendidos, no muy convencidos por la idea de unir Almería a Dakar en auto, los otros siete hermanos no tuvieron elección. Todo había sido pagado por Julián. Había que partir. Tres parejas en carrera, con Olga y Sonia en la asistencia. A todo el mundo le gustó la experiencia.
El año después, Julián tomó el barco solo, en dirección a Buenos Aires, con su equipaje y una Yamaha. Iba a correr el Dakar de motos sin asistencia.
Tres ediciones más tarde, estaba todavía ahí, pese a la inquietud de su madre. En 2020, siguió a la caravana hasta Arabia Saudita, y se llevó a Alberto con él. Este último sería el piloto de un 4×4 para la prensa.
Pero Francisca, de 80 años, suplicaba a su hijo: puede participar en el mítico rally-raid, pero con una carrocería para protegerlo.
Alberto se pasó del lado de los participantes e iniciaron la edición de 2021 en autos. Subyugados por los paisaje de la península arábiga, se dijeron que partir a ocho sería una buena idea.
Y llegó el día del cierre de plazo para las inscripciones en el Dakar. Y la historia se repitió. Julián inscribió a todos, pagó por la familia, antes de ponerles ante lo que no había marcha atrás. Había que partir.
En agosto, reunidos como lo hacen varias veces por año en un casa con los 40 miembros de la familia, entre ellos 19 hijos y sobrinos de los ocho hermanos, los García Merino, fueron conociendo poco a poco el proyecto loco de Julián y Alberto.
Pero no era fácil que todos estuvieran de acuerdo desde el principio. Sonia, profesora de ciencias del deporte en la universidad, fue categórica: “No quiero ir”. Comenzaba en un nuevo puesto laboral, no era el momento.
Olga, la mayor, y Miguel habían planeado de otra manera sus tres semanas de vacaciones. Pilar, bióloga, no estaba de acuerdo en dejar solos a sus hijos en la fiesta de los Reyes Magos, el 6 de enero, una tradición en España.
Pero los obstáculos se fueron superando. “El objetivo es estar reunidos”, dice Esther, “Nuestra madre está feliz al saber que estamos juntos, y no tiene consciencia de las dificultades de la prueba: ha criado a ocho hijos, para ella el Dakar no es un desafío”.
Sin ninguna experiencia en navegación, Sonia sufrió el martirio de la primera etapa: “Fue horrible, pero ahora estoy feliz”.
A su lado, Julián, muestra una gran sonrisa. Está contento con la apuesta que ha ganado, reuniendo a todos los hermanos.