
AFP
En su teléfono celular, Matt Formston muestra con orgullo una foto en la que aparece surfeando una montaña líquida frente a la costa de Portugal, donde se forman algunas de las mayores olas del planeta. Para él, sin embargo, es imposible contemplarla porque es ciego.
A pesar de haber perdido la vista cuando era niño, este surfista australiano se ha pasado la vida domando el océano. A fines de noviembre, con 44 años, logró su hazaña más audaz: dominar con éxito olas de hasta 12 metros de altura frente a Nazaré, el “spot” de los récord mundiales.
“La mayoría de los surfistas videntes no quieren tener nada que ver con esas olas”, dice Formston a la AFP en Pismo Beach, California, durante el Mundial de Surf Adaptado, que ya ganó tres veces en la categoría de discapacitados visuales.
“Pero me encanta. Me encantan las olas grandes”, asegura.
Sus penetrantes ojos azules parecen perpetuamente furtivos. La culpa es de la “distrofia macular”, una enfermedad de la retina que le privó a los cinco años de toda su visión central y le dejó sólo un 3% de visión periférica en el ojo derecho y un 1% en el izquierdo.
Su discapacidad equivale a “ponerse un puño delante de un ojo” y percibir fugazmente unas cuantas formas gracias a los “bordes exteriores”, “tan borrosos como un parabrisas lijado”, explica el deportista.