
Francisco, fallecido el lunes a los 88 años, no solo fue un apasionado del deporte, sino también un firme creyente en su poder para unir a las personas. “El fútbol es un deporte de equipo. No puedes divertirte solo”, dijo en 2019 ante una multitud de jóvenes, futbolistas y entrenadores italianos en el Vaticano. “Si se vive así, puede tener un buen efecto sobre la mente y el corazón en una sociedad irritada por el subjetivismo”.
Como tantos niños argentinos, Jorge Mario Bergoglio creció con una pelota en los pies. Pasaba horas jugando en las veredas y en los ‘potreros’ polvorientos del barrio de Flores, en Buenos Aires. Él mismo reconocía que no tenía grandes habilidades futbolísticas y que sus amigos lo apodaban “de pies duros”.
A pesar de eso, el fútbol marcó su infancia y su corazón. Desde pequeño se hizo hincha del club San Lorenzo de Almagro, fundado por un sacerdote, Lorenzo Massa, en 1908. El equipo y sus seguidores, conocidos como ‘cuervos’ por la sotana negra de su fundador, conquistaron a Jorge con su vistoso estilo de juego, especialmente el plantel que ganó el torneo local en 1946, cuyos nombres recordaba hasta sus últimos días.
En 2014, un año después de su elección como Papa, San Lorenzo conquistó por primera vez la Copa Libertadores. El trofeo llegó hasta el Vaticano, llevado por dirigentes y jugadores del club. Como homenaje, la institución decidió que su futuro estadio lleve el nombre de su hincha más ilustre: el Papa Francisco, quien mantuvo activa su cuota como socio número 88.235 hasta el final de sus días.