
El nuevo capítulo de Lewis Hamilton en la Fórmula 1 no ha comenzado como muchos imaginaron. Su salida de Mercedes y su llegada a Ferrari prometían una revolución, pero la realidad ha resultado mucho más compleja. El británico atraviesa un proceso de adaptación más lento de lo previsto, con resultados que contrastan con la euforia inicial generada por su fichaje.
La emoción que despertó en los primeros actos promocionales con la Scuderia y los tests en Fiorano se ha diluido tras los primeros cinco Grandes Premios de la temporada. Hamilton aún no logra acomodarse al SF-25, mientras que su compañero Charles Leclerc, sin deslumbrar, ha sabido sacar provecho de su experiencia en Maranello para imponerse internamente.
La victoria del siete veces campeón en la Sprint Race de Shanghái fue apenas un espejismo. Desde entonces, no ha podido superar a Leclerc en carrera —solo lo hizo una vez en clasificación— y acumula actuaciones discretas, sin conseguir un solo podio. En cuatro grandes premios completados (ambos Ferrari fueron descalificados en China), Hamilton nunca terminó delante del monegasco.
“No hubo ni un segundo en el que me sintiera cómodo con el auto”, confesó con desazón tras finalizar séptimo en Yeda, la misma posición desde la que largó. “Con el mismo auto, Leclerc terminó tercero”, agregó, dejando claro que no se trata de diferencias en la configuración del monoplaza.
La distancia de 30 segundos respecto a su compañero —y de 39 con el ganador Oscar Piastri, de McLaren— evidenció las dificultades del británico. Ni las largas sesiones con los ingenieros ni el trabajo en fábrica parecen dar con la clave. El entusiasmo que rodeó su desembarco en Ferrari comienza a erosionarse, y las respuestas siguen sin aparecer.